Más Sobre Congreso de Washington sobre Antirradiación y Confront
La capacidad de confrontar es la capacidad de tener espacio. Tienes que tener espacio para tener un universo. ¡Y el espacio es libertad! Y por lo tanto, para ser libre, hay que ser capaz de confrontar. El hombre que huye del enemigo jamás será libre. – L. Ronald Hubbard
Para mediados de la década de 1950, las pruebas nucleares estadounidenses habían llenado los cielos de Estados Unidos con niveles alarmantes de polvo radiactivo. Y en ninguna parte la lluvia radiactiva era más intensa que en los sitios de pruebas en el desierto de Nevada y en sus alrededores, donde literalmente cientos de explosiones encendieron los cielos de un extremo a otro de varios estados.
De hecho, sólo a unos cientos de kilómetros al sur, en Phoenix, Arizona, L. Ronald Hubbard hablaba de que todo daba un registro “caliente” en un contador Geiger para detectar radiación. Vegetación, ganado, incluso el piano en su sala de estar: todo resonaba con diminutas partículas radiactivas.
Más centrado en esto, Rusia estaba llevando a cabo sus propias pruebas nucleares, y esto se había convertido ya en una carrera con Estados Unidos para ver quién podía construir más y mayores bombas. Todo lo cual significó que esa radiación se estaba extendiendo por todas partes. Sin embargo, a pesar de las cifras crecientes (los niveles de radiación atmosférica se imprimían habitualmente en los periódicos), casi nadie hablaba de los peligros.
Gran parte del público hacía caso omiso, e incluso asistían a fiestas, sin ninguna protección excepto unas gafas de sol, para “experimentar” el destello resultante de una explosión nuclear a unos pocos kilómetros de distancia. En cuanto a aquellos que no les era tan indiferente, todo era un misterio, con gobiernos paranoicos que se ocultaban detrás de un manto de secretismo.
El señor Hubbard ya había tocado el asunto en su anterior Congreso (Congreso de Londres sobre Problemas Humanos), exigiendo un final tanto para el secretismo como para las desinformadas y descontroladas pruebas con armas nucleares. Además, también tomó medidas directas de forma personal, recopilando toda la información que se había ocultado cuidadosamente al público, para la publicación que había planeado de un “Manual Básico de Defensa Civil”. En cuanto a la urgencia del asunto en cuestión, sus palabras iniciales de la introducción lo decían todo:
Si quince minutos después del ataque atómico estuvieras vivo, ¿cuál sería tu respuesta a estas preguntas?
“1. ¿Están mi familia y mis amigos vivos?
“2. ¿Está el gobierno federal todavía funcionando?
“3. ¿Puedo comprar algo con el dinero que tengo en el bolsillo? ¿Todavía sirve?
“4. ¿Dónde conseguiré agua para beber esta noche?
“5. ¿Tendré algo para comer mañana y la siguiente semana?
“6. ¿Cómo puedo ayudar a otros?
“7. ¿Cómo puedo ajustarle las cuentas a los hombres que lanzaron estas bombas?
“8. ¿Puede Estados Unidos existir ahora?
“9. ¿Puede salvarse algo en todo este caos?
“10. ¿Cómo puedo conseguir trabajo?
“Si murieras, ¿morirías sabiendo que hiciste todo lo que pudiste para que Estados Unidos y tu gente pudieran sobrevivir?”
Sin embargo, mientras continuaba ese proyecto, también continuaban las investigaciones del señor Hubbard. Y cuando de repente incluyeron un innovador descubrimiento de verdadera urgencia mundial, se convocó un “Congreso de Emergencia”. Aviones fletados con destino a Washington saltaron rápidamente de ciudad en ciudad, reuniendo a scientologists por el camino. En cuanto al lugar donde se reunieron aquel domingo, 29 de diciembre de 1956, no podía ser más apropiado: el hotel Washington Nations Hall, en la avenida Pensilvania, con vista a la Casa Blanca.
Subiendo al podio para la conferencia de apertura, L. Ronald Hubbard no perdió tiempo en explicar en qué consistía esa emergencia. Al notar una relación directa entre el progreso de los casos y los crecientes niveles de radiación, declaró:
Que alguien haga estallar una bomba por aquí en Rusia no tiene nada que ver con que proceséis a un preclear en Poughkeepsie, ¿sí? No. Nada que ver con eso. Eso es sencillo. Ese debe de ser un hecho no relacionado. La velocidad del clearing de un preclear en Orlando, Florida, no tiene nada que ver con la fisión atómica, ¿no?
“Escuchen, cuando al final se asociaron esos dos hechos, me puse rojo de ira”.
Después de impartir tres conferencias y dos sesiones de Auditación de Grupo ese primer día, desveló sus descubrimientos que se relacionaban con la amenaza inmediata. Aquí estaba el dianazene, un compuesto de varias vitaminas, llamado así para referirse a su capacidad para manejar los efectos en el cuerpo al modo de Dianética. Y a lo que se refería específicamente era a una de las vitaminas contenidas en esa fórmula, el ácido nicotínico (niacina), y al descubrimiento de su notable relación con la radiación: capaz de hacer que el cuerpo enrojeciera con la forma exacta de una quemadura solar del pasado.
Sin embargo, no importa lo legendario que ahora se haya vuelto ese descubrimiento en la Tierra moderna, los descubrimientos adicionales que el señor Hubbard reveló eran verdaderamente universales, extendiéndose por la eternidad misma. Pues ésa es la verdadera historia de la radiación, que no solo se remontaba a un tiempo en que los objetos cotidianos proporcionaban su propia iluminación, sino que explicaba cómo y por qué la radiación era un factor inherente en prácticamente cada incidente aberrativo en la línea temporal completa de un ser.
Todo lo cual explica también por qué la investigación en el asunto de la radiación dio como resultado tantos hitos como contiene este congreso: desde los descubrimientos globales sobre el Havingness y el Confront, hasta el programa más fundamental para extender las respuestas de Scientology por todas partes: el Proyecto de Tercera Dinámica.
Y ésa es la historia que hay detrás del primer Congreso Antirradiación, que trae soluciones a problemas tan antiguos como el tiempo mismo, y tan actuales como los titulares de hoy.